Esa tarde llovía.

Tanto que se hacía imposible no mirar por la ventana.
Mirá que he vivido lluvias hipnóticas en mi vida, eh!
Pero ninguna como ésta.

Se sentía ese olor a tierra mojada incluso ahí, en medio del asfalto.
Abrí de par en par las hojas de la ventana y me prendí un pucho.
Las gotas salpicaban en el techito y algunas rebotaban como despabilándome.

Pude sentir la alegría... la misma alegría de los 5 años.
Cuando mi vieja nos dejaba ponernos las botas y el pilotín heredado
y salir a chapotear al fondo.

Cerré los ojos y repiré hondo.
Me acordé de todo. De un día entero. Fue como vivirlo de nuevo.
El cigarrillo ya encenizado me arrancó una sonrisa.

No podía ver otra cosa que charcos y gotas cayendo en primerísimo pimer plano...
como cuando uno es chico y mira para arriba mientras llueve. Así, entrecerrándo los ojos y tratando de enfocar las gotas que caen demasiado rápido.

Cada vez que caía "Una cortina de agua"
se cortaba el teléfono y mi mamá se preocpaba...
Lo cierto es que nos dejaba jugar en el fondo y la rotonda de la esquina se inundaba hasta arriba de todo y solo se veían los arbustos que hoy son arbolitos medianamente grandes, más que nada el focus que es el que más fuerte se puso.

Y esa tarde que llovía yo me pude acordar de todo, y cerré los ojos, me sentí tan feliz como en ese momento. Tal como si hubiera podido viajar en el tiempo para robarme una sensación, un estado de ánimo, un recuerdo íntimo, simple y sublime.











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