Te daría la espalda. Te diría hasta nunca y te llevaría flores al cementerio más lejano 1 vez al mes. Te dejaría atrás sin mirar al irme. Te desearía la mejor de las putas suertes para que disfrutes de tu puta vida. Lejos de mí. Lejos de todo lo mío. Lejos. Muy lejos. Más lejos que el culo del mundo.
Atada a los cables, mangueras y tubos infelices de la asfixia. Arrancaría toda esta mierda y me iría corriendo sin parar, sin mirar atrás. Correría tan rápido que no me tropezaría con nada, saltaría todos los obstáculos sin caerme. Saltaría tan alto como pudiera. Llegaría lejos, muy lejos tuyo. Te leería - Madición - de Girondo... no, no la leería, te la gritaría en la cara y me iría corriendo, respirando. Y no creo que todo esto te afecte. Porque siempre volvés. Siempre me ahogás.
Sueño con ese día. Ese día que esté libre de vos. Libre de todo. Ese momento donde respirar sea lo más normal del mundo. Ese día que inspire hondo por la nariz y entre aire tibio. Aire puro. Cálido. Que entre y salga sin sorpresas, llenando mis huecos, mis alveolos, bronquios, pulmones... sin hundirme la piel de la clavícula, sin levantarme los hombros. ¿Acaso ese día no llegará nunca? No. Soy escéptica al respecto.
La liberación llegará como en el cuervo: cuando me asfixie con mi propia sangre.
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