Un sábado como cuaquier otro.
Me levanto ni temprano ni tarde.
Mis hijos duermen. Mi marido no está. Siento esa libertad que sentimos las madres cuando estamos solas en casa, pero no tanto... porque no puedo prender la radio, ni apretar con fuerza las teclas de la computadora para que no se despierten los chicos... deseo que sigan durmiendo, un poco porque se acostaron tarde y les hace bien dormir, otro poco para sentir que todavía soy un individuo y puedo hacer cosas de una mujer de 35 años, un sábado a la mañana.
Pienso en silencio. Me hago un café y salgo al balcón, está lindo... hace calor y la gente se ve muy contenta. Comentan cosas, pasean a los perros, van al puestito de diarios de Blas y se quedan charlando un buen rato.
Algunos pasan corriendo... Veo muchos padres varones, vestidos de fútbol, que van con sus hijos chiquitos a la fiambrería o al almacén de Enrique. Pocas mujeres jóvenes....
Muy pocas.
Entonces pienso...
¿Qué hacen las minas de mi edad a esta hora?
¿Lo mismo que yo?
¿Se quedan en sus casas disfrutando el silencio del sábado a la mañana?
¿Duermen?
¿Limpian?
¿Cojen con sus amantes?
¿Salen a correr?
¿Estudian?
En realidad... no sé, ni me importa.
Entonces pienso ¿Qué me gustaría hacer a mí este sábado a la mañana?
Entro a casa desde el balcón, decidida a pintar más sueños anfibios con mis acuarelas y, mientras junto las cosas, se acercan por el pasillo, los dos con sus pelos alborotados y los ojos llenos de legañas, y me dicen : "Ma- ¿nos hacés un nesquick?"
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