Escribir mucho. Escribir lo que pasa en un bar. Como ejercicio, como pasatiempo.
Cerca de la ventana hay una señora de unos 50 o 60 años, ya no me doy cuenta bien de cuántos años tiene la gente. Ella habla en voz alta, repite definiciones, mira hacia arriba, como si el techo tuviera una pantalla con las respuestas. Apunta, con un lápiz, en un cuaderno universitario.
Otras dos, más cerca de la puerta, hablan y comen. Da la impresión de que chusmean... divertidas, tienen cosas para contarse. Comen más de lo que charlan. Al fondo del bar hay una señora grande, come un gran sánguche de jamón y queso. ¿Tiene una peluca? No sé darme cuenta si es una peluca, es color bordó oscuro, tiene anteojos grandes, con marco transparente. Se parece un poco a la mamá de un amigo, pero no tanto. Un poco en las facciones de su boca, pero no tanto en realidad.
Ahora entra un señor, unos... ¿50? Vestido deportivamente. Come medialunas y acompaña con una gran taza de café con leche. Pienso si le habrá dicho a la mujer "Voy a hacer ejercicio, a caminar, a entrenar" y está acá, comiendo medialunas.
La señora del fondo se levanta, casi no puede caminar. Parece que tuviera un bastón, pero no lo tiene. Me da la impresión de que lo necesita imperiosamente. Casi no puede flexionar las rodillas.
A las 2 amigas que chusmeaban, se les suma otra que no parece ser muy bienvenida.
Mientras escribo y tomo mi café, pienso. Escucho la radio, miro a la gente en la calle, escucho al "deportista" que no deja de hacer ruido con la cucharita. No me gusta ese ruido, hace que vea lo intolerante que soy y eso me molesta.

Ya se hizo la hora del taller.
Llegué temprano y aproveché para venir a escribir y tomar un café.

Es 9 de marzo y no hace calor, pero tampoco frío.

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