La intimidad de ese instante en el que te mirás a los ojos y entendés todo.
Te reflejás en la mirada del otro, y te sabés mejor de lo que te ves en el espejo.
Cuando lo conocí a Darío, yo estaba un poco perdida, pero feliz en ese remolino de irresponsabilidad adolescente. Él siempre fue más serio y, a veces, se enternecía ante mis travesuras impertinentes. Otras, no.
Crecimos a los tumbos. Somos del mismo signo del zodíaco y, aunque no creemos en esas cosas, nos gusta pensar que, en el fondo, todo eso, tiene algo de magia. Nuestros gustos son parecidos, pero nuestra forma de vivir, muy diferente. Es un amor que va más allá de la edad, de la familia que formamos, de los proyectos que tenemos ahora o vayamos a tener en el futuro.
Ser feliz está de moda... bah, en realidad, mostrarse feliz. Derrochar intimidad a troche y moche. Y yo estoy asqueada de ver tanta mentira.
Lo único que tengo para combatirlo es tener la certeza de esta verdad. Mi única verdad.
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