Salió a pasear una tarde húmeda de septiembre y sintió cómo vibraban sus pies cuando el subte pasaba por abajo. Caminó por Amenábar hasta la plaza y pensó que era muy afortunada de tener todas las partes del cuerpo.
Seguramente, alguien, en el camino, la llevó a ese sentimiento.
Recordó que, cuando era muy chica, se había impresionado con el portero de la escuela, que era tuerto y, para Ella, muy tenebroso.
Pensó también que, de adolescente, se burlaba de los espásticos... Peter vivía en su barrio y era espástico... se sintió mal, muy mal.
Y todo eso la llevó a recordar el rechazo que sentía por Seba, uno que se juntaba con Ellos porque no tenía otros amigos (suponían) y era epiléptico.
Se acordó con vergüenza de los ciegos, que agudizaban sus limitaciones (las de Ella). De los rengos que soportaron sus risitas disimuladas, y de todos los enanos que había visto durante su vida. Siempre creyendo que era una lástima que no estuvieran enteros.
Como si su pecho se hundiera hasta tocar su espalda, caminó sintiendo vergüenza de sí misma... era la culpa más grande que había experimentado, se miraba las extremidades, se hundía los ojos con las manos, acariciaba con fuerza sus orejas... En ese instante supo que no iba a poder perdonarse nunca más y pegó la vuelta atormentada...
Se repetía: "No hace falta que me corte un brazo, un dedo, una pierna para redimirme" "No, no hace falta"
Después, Bajó las escaleras del subte.
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