Sentía esa angustia que se siente en medio de la nuez de Adán.
Esa que cuando respirás muy, muy hondo, te dan ganas de llorar; aunque estés haciendo otra cosa...
Día y noche... mañana, tarde y noche. Mediodías y mediastardes.
Sentía una opresión fuerte, pero nunca frenaba a pensar por qué.
Quizás porque tenía la leve sospecha de que pasaría eso. Eso que irremediablemente pasó.
Esa melancolía tan profunda que la llevó, un día de lluvia, a mirar por la ventana.
¿Por qué?
No se supo nunca por qué... pero pasó. Miró por la ventana y fue imposible pararlo.
Ese sentimiento agudo. Un llanto inimaginable, caudaloso como el de Alicia.
Tan caudaloso que se inundaba la habitación y Ella no se daba cuenta. Toda esa angustia que tenía, salía abriéndose paso entre las olas, de acá para allá y al revés.
Cuando ya estaba lo suficientemente mojada, se dió cuenta. Toda esa opresión era por el amor. No el amor que no había recibido, sino por el que nunca había dado. A nadie. Nadie, de nadie.
Melancolía por sentir. Melancolía por NO sentir lo que se siente al dar un abrazo verdadero.
Se sentía igual que un organismo unicelular.
Entonces se dijo que iba a empezar a vivir de otra manera, pero tenía tanto miedo que no podía armar una idea que la entusiasmara.
Tanto tardó en pensar que los corales, algas y aguas vivas, se hicieron parte de ella y de su mundo. Ahí, en las profundidades de su angustia se sentía un poco, nada más que un poquitito, mejor.
mey
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